Huérfanos con padre y madre


Entrevista a Sergio Sinay
Violencia juvenil, trastornos de conducta, problemas de aprendizaje, nuevas extrañas enfermedades infantiles, tragedias adolescentes. La sociedad en que vivimos no deja de arrojarnos indicadores del grave tiempo que viven muchos niños, adolescentes y jóvenes. Para el especialista en vínculos humanos, Sergio Sinay, se trata de las consecuencias de un desalentador paradigma que rige a la sociedad contemporánea, una sociedad de hijos huérfanos. (Marisa Rojas)

Dos muy fuertes hipótesis recorren los distintos capítulos de su libro La sociedad de los hijos huérfanos, la primera de ellas señala que no basta con tener un hijo para ser padre o madre, a propósito entonces ¿qué considera usted que es lo que hace padre o madre a alguien?
Aquello que hace padre o madre a una persona, más allá de lo biológico, es la actitud responsable ante esa vida que uno ha elegido conducir. Quizás esto se puede entender mejor a través de una metáfora. Yo creo que los padres son como jardineros. ¿Qué hace un jardinero? Cuando planta una semilla no la tira como si nada sobre la tierra, se va y vuelve a ver el árbol ya crecido y a recoger los frutos. No, un jardinero primero trabaja la tierra, planta la semilla con cuidado y se queda junto a ella acompañándola, desglosando la tierra por ejemplo cuando la amenazan plantas parasitarias, cuidándola cuando hay granizadas, atento a las sequías y a las inundaciones, y cuando hay lluvia y hay sol beneficiosos. El buen jardinero pone un tutor en la planta para ayudar en el crecimiento del tronco cuando éste es frágil, pero sabe bien cuándo sacarlo para que no se convierta en un estorbo, y poda, pero no mutila. Todo esto permite obtener un buen fruto. Esta es para mí la función de los padres y de las madres: estar presente, acompañar, guiar, escuchar, educar. Cuando los padres no hacen esto, delegan, se ausentan, o ponen estas funciones muy al fondo en una lista de prioridades, los hijos empiezan a estar huérfanos.
De esto habla la segunda hipótesis de su libro, de que se puede ser huérfano aunque los padres estén vivos…
Así es. Yo hablo en este sentido de una orfandad funcional. Una evidente, creciente, inquietante y angustiante orfandad funcional. Una orfandad que observo más evidente a medida que los hijos crecen y se transforman en adolescentes, un problema que está teniendo graves consecuencias sobre nuestros hijos
¿Cuáles son los síntomas que dan cuenta de que esta que vivimos es una sociedad de hijos huérfanos?
Los síntomas de la orfandad están en las tragedias juveniles que observamos cotidianamente. Los actos de violencia, las adicciones, los problemas de conducta y aprendizaje, la obesidad infantil y la manipulación del mercado de la que son objeto nuestros hijos. Otro síntoma son las nuevas enfermedades infantiles, esto es, diabetes de tipo dos en nenes de nueve años, hipertensos de once años, ese exceso de chicos en los consultorios de los psicoterapeutas. Aparentemente esto no se paga de ninguna manera, ahora. Pero habrá que ver qué tipo de adultos desde el punto de vista de la salud van a ser los chicos de hoy.
¿En qué momento histórico pueden situarse los orígenes de esta orfandad funcional?
Creo que este modelo tuvo un primer despunte durante los ’70. Pero básicamente este es un problema que, en el caso de Argentina, yo entiendo que viene desde los ’90, con el endiosamiento del mercado, que no es solamente una cuestión económica sino que también es una cuestión vincular. Allí fue cuando todo comenzó a ser medido en su valor de compra/venta, incluso las personas. Fue entonces cuando las personas empezaron a valer más por lo que muestran o por lo que tienen que por lo que realmente son. Los vínculos humanos en general son desde entonces vínculos de sujeto a objeto, es decir, una persona se relaciona con otra por la utilidad que pueda obtener de esta para ella, y viceversa. Esto se da en el ámbito de la pareja, en el ámbito del trabajo, en el ámbito de la amistad y hasta con los hijos. Pero los hijos no tienen que servir para nada. Las personas son fines en sí mismos. Y lamentablemente a veces un hijo es un medio para sentir que uno ha formado una familia, ha satisfecho mandatos o ha terminado de construir una autoimagen. La verdad es que cuando un hijo tiene que venir a servir a los padres por algún motivo ahí ya hay algo mal que seguramente no va a poder cambiarse fácilmente.
¿La orfandad funcional es una cuestión de clase?
Evidentemente esta responsabilidad de lo que implica el ser padres y madres es mayor cuando más herramientas conceptuales y mayores disponibilidades económicas hay para comprender lo que ello significa. Por ello, la orfandad funcional es más grave, más preocupante y también más masiva cualitativamente en las clases medias y medias altas que además son las que traccionan, generan los modelos, lideran las tendencias. En las clases bajas hay, a veces, una mayor actitud de preocupación que no puede ser traducida en hechos por imposibilidades materiales y económicas. De todos modos, este de la orfandad funcional es un problema de una sociedad en su conjunto, que tiene características específicas en cada una de sus clases.
¿Cuál es su mirada sobre el género respecto a este problema?
Este es un problema que corresponde, insisto, a un modelo de sociedad. En cuanto al género, hay mayor ausencia paterna que materna, definitivamente. Más allá de los discursos muy bonitos, y a veces también ciertos, de que los hombres han cambiado. Porque el modelo masculino tradicional sigue siendo el hegemónico, vestido con otras ropas, con algunos cambios cosméticos, nada más. Que un hombre cambie pañales no quiere decir que haya una nueva paternidad. Habría que ver el resto de su comportamiento en las diferentes áreas para ver si esto es un síntoma de algo más profundo. Yo creo que por una cuestión muy enraizada de género la ausencia paterna está más marcada que la materna, pero sin embargo, ideológicamente y como paradigma de crianza, el tema del que yo hablo en el libro vale para ambos, porque tiene que ver con una manera de vivir y con un vincularnos que es un problema de la sociedad contemporánea en su conjunto.
¿Cuáles son los caminos posibles para salir de este modelo de sociedad y caminar hacia uno mejor?
En primer lugar, los padres deben tomar conciencia de cómo están educando a sus hijos y dejar de pensar que este es un problema de la sociedad, como si ellos no formaran parte de ella. Los padres deben entender que los chicos están reproduciendo el modo de comportamiento de los adultos, y con sus acciones nos están dando una pista de qué es lo que tenemos que trabajar en la sociedad, precisamente, los adultos. Ahora, ¿por dónde se empieza? Se empieza por los vínculos más cercanos de cada uno de nosotros, vínculos de pareja, vínculos con los hijos, vínculos de familia ampliada. Ahí podemos empezar a cambiar algo, a mirarnos, a tomarnos en cuenta, a armonizar las diferencias, a vivir los valores que predicamos o que enunciamos, porque esta es la única manera que los chicos aprenden valores. De nada sirve que padres o maestros les vivan hablando de la importancia de no mentir, de la importancia de ser honestos cuando ellos mismos no están siendo honestos o mienten. Entonces, así como la relación padres e hijos es siempre una relación asimétrica, que nunca puede ser de pares, de la misma manera el cambio en este tema debe empezar por quienes en esta asimetría están en el punto más alto, es decir, los adultos, los padres. Si empieza ahí, hay esperanza.

“Quien se proponga observar con honestidad y sin prejuicios el escenario en el que vivimos los habitantes de esta sociedad y de este tiempo verá niños y adolescentes a la deriva, librados a un destino incierto o destinados a ser presas de todo tipo de mercaderes, de manipuladores ideológicos, de operadores mediáticos, de impunes experimentadores pedagógicos, psicológicos, psiquiátricos y farmacológicos, de siniestros traficantes y de variados domesticadores. No me refiero sólo a chicos de la calle, a los marginados y abandonados, a los explotados y abusados tanto por políticos y funcionarios como por empresarios inmorales e imperdonables (…) Hablo de todo tipo de chicos y adolescentes, de todos los niveles sociales y culturales y, si se quiere, aún más de aquellos que están en los niveles medios y altos de la pirámide (…) La inmensa mayoría de ellos tiene padre y madre, los ve, convive con ellos (de las distintas maneras en las que se convive en una sociedad que muestra una transición en los modelos de familia). La totalidad de ellos va a colegios, tiene acceso a tecnologías de conexión, vive en contextos en los cuales las necesidades básicas (alimentación, techo, abrigo, agua) están resueltas por adultos que los trajeron a la vida, que los crían, que los educan o por adultos que cumplen esas funciones aún sin ligazón biológica. Aún así, esos chicos y esos adolescentes son huérfanos funcionales. Reciben bienes materiales, desconocen o tienen escaso contacto con la imposibilidad, la frustración, la pérdida, enfrentan pocos límites y con frecuencia son límites laxos y ambiguos, están rodeados de adultos que se comportan como ellos, que los imitan, adultos que en su vida pública y social pueden ser exitosos, poderosos, respetados, envidiados, pero que se niegan a ser, además de adultos, maduros (…) Los chicos y adolescentes que son criados y educados por esos adultos (desde las funciones parentales, docentes o sociales, según el caso) son los que llamo hijos huérfanos”.

Sinay, S. La sociedad de los hijos huérfanos. Cuando padres y madres abandonan sus responsabilidades y funciones. Ediciones B , Buenos Aires, 2007.



Sergio Sinay cursó estudios de sociología, carrera que dejó para dedicarse al periodismo, profesión esta que desempeñó en importantes medios gráficos del país y del exterior. Egresado de la Escuela de Psicología de la Asociación Gestáltica de Buenos Aires (AGBA), es consultor e investigador de los vínculos humanos, especialista en el estudio de los aspectos y recursos que pueden transformar y enriquecer la convivencia entre las personas. Es autor de La masculinidad tóxica (Ediciones B, 2006), Elogio de la responsabilidad (Editorial Nuevo Extremo, 2005), Ser padre es cosa de hombres (NE, 2004), Misterios masculinos que las mujeres no comprenden (NE, 2000), Hombres en la dulce espera (hacia una paternidad creativa) (Planeta, 1995) y Gestalt para principiantes (Ed. Era Naciente), entre otros. Más info: www.sergiosinay.com
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