Manuel Puig, hoy cumpliría 80 años

“Estoy leyendo a Borges”, se repite quien se paraliza ante la lectura del susodicho clásico, tildado popularmente como “difícil”. Hoy se puede decir, con tranquilidad (luego de un largo proceso crítico nacional que se activa sobre todo antes y después de la Dictadura) “estoy leyendo a Puig”. 

Manuel Puig, sin dudarlo, es un autor consagrado. Quitar el aura que suele acompañar a esta consagración, y que a veces empaña la mirada del lector, es el objetivo de esta nota.

La importancia de Puig en la literatura argentina y su repercusión internacional, que obtuvo muy tempranamente, es innegable hoy. Su escritura surge casi por azar: concentrado en la escritura de un guión cinematográfico le viene a la memoria la voz de una tía, que comienza a transcribir libremente. Ese es el germen de “La traición de Rita Hayworth”, su primera novela. Se trata de un gran estudio socio-lingüístico del habla argentina de provincia. 

Es una novela coral, repleta de personajes, que muestra, muy en segundo plano, la historia de un niño homosexual en el contexto de un pueblo bonaerense. Pero la novela no se caracteriza, en este caso, por el argumento: se trata casi de un registro exhaustivo de los prejuicios, los estilos de vida, las tensiones y la asfixia social, el sexo, el rumor, el chisme, el diario vivir.

Era la época de la expansión del boom latinoamericano y, sin embargo, se desmarca ampliamente del afán modernizador y a la vez clásico del movimiento que encabezaron García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Fuentes y Donoso.  Las novelas de Puig produjeron incertidumbre y juicios apresurados. 

Vargas Llosa lo comparó con Corin Tellado (después aprendió a leerlo, como da cuenta su “La tía Julia y el escribidor”, de clara impronta puiguiana). Juan Carlos Onetti, jurado de un concurso al que Puig presentó su segunda novela, la hoy celebérrima “Boquitas Pintadas”, se negó a premiarla aduciendo que sabía cómo hablaban los personajes de Puig, pero que no sabía cómo escribía Puig. Onetti da en el clavo: lo que desconcierta a los lectores de la época es la ausencia de un estilo, de un uso peculiar del lenguaje. 

La experimentación de Puig no pasa, como es el caso de los autores del boom, por la forma de la novela, conducida  de manera orgánica y hasta autoritaria por la figura de uno o varios narradores. 

Por el contrario, la gran innovación de Puig es que en sus novelas no hay un pilar que regule el juicio que generaran los lectores, ni un estilo al servicio de darle autoridad a esta valoración. En Puig, antes que el deleite por la frase, por la palabra justa, por la belleza de la dicción y de la organización del material, por el diseño del argumento y del relato, hay un claro placer por la escucha.

En las novelas de Puig, los personajes monologan o desde “El beso de la mujer araña”,  exclusivamente dialogan. También se registran sus cartas, sus anotaciones en agendas, sus redacciones escolares, los diarios privados, los anónimos que reciben. Nadie, ninguna voz, ningún narrador, puntúa, subraya, comenta lo que cuentan las voces.

Las marcas autoriales son mínimas: los epígrafes, las célebres notas al pie de “El beso de la mujer araña”, los subtítulos. Encuadrado en esos marcos apenas esbozados, estalla un  alud discursivo, ese material caótico que es el ronroneo del chisme, el parloteo de las viejas, la lógica de la conversación cotidiana, la obscenidad del habla interna.

Se dice que el estilo es el hombre y el estilo es la marca del autor. Puig, un ser relativamente alejado del mundo libresco, en las antípodas de Borges, construye un universo literario con referencias cinéfilas (su gran pasión). Puig en cierto sentido, no hacía literatura, documentaba la historia. Su búsqueda se orientó a encontrar la sincronía del imaginario popular con las formas de padecimiento de los grupos humanos que los  comparten (y sostienen). 

Lograba esto a partir de una indagación de los discursos sociales circulantes (el cine, en primer lugar; pero a través de él también la canción popular, el policial, la ciencia ficción, el relato fantástico) la exploración de los lugares comunes y su vinculación con las políticas de construcción de la identidad. O con la política a secas, vista desde la perspectiva de la vida cotidiana. Ningún oído como el de Puig para captar el rumor de la historia. Y con eso construye mundos perturbadores.  (fuente)


En la Biblioteca, tenemos a su disposición las siguientes obras del autor:
"Boquitas pintadas"
"La muerte de Rita Hayworth"
"El beso de la mujer araña"
"Pubis angelical"


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