Alguien lo dijo: Alfonso Fernández Burgos y el oficio de escritor

EL ARTE Y EL OFICIO


Quedar convertido en instrumento,

en oficio, en tarea.

(Francisco Umbral)

El escritor se mira al espejo y piensa que es tinta.
Solo así hay salvación: cuando uno es lo que
respira, cuando uno es aire y bronquio; garganta
y ahogo. Solo así hay vida luminosa. Es necesario
convertirse en el esperma y en la piel herida.
También en el temblor. Y en el ay desgarrado de
los orgasmos. Solo así —siendo el oficio, la tarea—
se puede estar presente, salpicar las paredes de
hiedra o mancillar la memoria de los nuestros.
El papel, la tinta, los minutos. Dejarse de
pamplinas, dejarse del que escucha al otro lado
con sus ojos, dejarse de la sonrisa y del aplauso.
Quedar convertido en puntos suspensivos para
seguir mañana, y el año que viene, y después de
muerto. Proclamo a un tiempo la voluntad de ser
errata y recompensa. De esta manera ya puedo
enunciar que soy a la vez el que escribe y lo
escrito. La Bovary c’est moi, mi caudillaje y mi
obediencia. Soy el soporte que contiene la voz y
la ilusión forjada a la sombra del delirio y de los
vinos. Y soy, tal vez, solo esa palabra que llena los
pulmones y el orgullo: escritor.

Pero ahora estoy aquí sin otro remedio que
confundirme con el oficio y la herramienta. Soy lo
hacendoso y la pereza que cruza cada línea
escrita, y el texto que duerme en la desidia.
Porque yo soy de la misma piel y de la misma uña
que el Cantar de los Cantares y del mineral oscuro
que acumulan mis entrañas. Carbón y poesía
habitan en mí no como espuma, sino como oficio,
como horario, como tranco imprescindible en el
camino.

Porque en el paso soy el talón y el suelo que lo
impulsa. No soy otra cosa que tinta que se vierte,
no soy más que este oficio antiguo y solitario. Soy
deseo, pero deseo de ser la pluma, y su herida.
Porque cuando soy todo eso (el margen, la tinta,
la cuartilla, el número que marca el orden de los
tiempos y la goma que borra), cuando no hay
distancia entre la raíz de mis muelas y lo escrito,
siento que merece la pena quedarse aquí, sin
prisas, hasta que venga la muerte si se atreve.

De nada sirve la almoneda de palabras, la
imposición mercantil de los criterios. Yo soy una
tinta que se encoge y expande en un latido. Y
aquí estoy para dar fe, con rigor de que solo me
siento ser si escribo. Escribo y respiro. Me muevo
y agonizo. Solo hay palabra: la palabra como trazo
del retrato, el sueño como trazo del orgasmo y la
muerte como trazo que da sentido a todos los
trazos. Tarea, tarea; oficio, oficio.

Entonces la palabra es yo. Soy, ya lo dije, látigo y
espalda, inquisición y herejía. Soy la voz que
clama y el socorro. Soy yo, un escritor que grita o
que silencia como los besos dulces. La máquina
herramienta de mi túnel, de mi puente, y del
asfalto pegajoso que hierve a mediodía.

Soy el instrumento, el oficio y la tarea. Lo demás
no importa. A mí no me importa.

(España - n.1954)

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