DE LIBROS Y LECTURAS



El pasado 23 de abril fue el Día Internacional del Libro. A pesar de la crisis real que padecen el libro impreso y las librerías tradicionales (como espacios para la pesquisa bibliográfica y el cotilleo intelectual), creo, con Jean-Claude Carrière y Umberto Eco, que nadie acabará con los libros. Parecen objetos perfectos. “El libro es como la cuchara, el martillo, la rueda, las tijeras. Una vez que se han inventado, no se puede hacer nada mejor” (U. Eco). Se impondrá acaso un nuevo soporte (digital), pero el libro, en cuanto tal, no desaparecerá. Por eso tiene sentido su celebración.


Aunque no puedo afirmar que crecí rodeado de libros, a partir de la adolescencia comencé a proveerme compulsivamente de ellos. Hoy no concibo ni entiendo ni quiero la vida sin libros. Gran parte de mi existencia está atravesada por la lectura solitaria y paciente de libros. Siento que lo bueno de mí se lo debo a ellos; lo peorcito, también. Tengo una conexión íntima con ellos, en cuerpo y alma. La lectura, ese inagotable diálogo re-creativo, nos enseña a forjar espacios y respiros que nos permiten imaginar otras direcciones, otros horizontes, otros ámbitos alternativos a una enajenante cotidianidad. Aprendemos a observar con otros ojos; la del lector habitual es siempre una mirada de asombro, inquisitiva, escéptica. A través de la lectura, sobre todo de literatura, estimulamos y practicamos la introspección, el diálogo con nosotros mismos, así como la empatía, que no simpatía, con el mundo concreto de los otros. Leer nos abre las puertas para formarnos una personalidad autónoma, crítica e imaginativa. En este sentido, la lectura es ejercicio de la inteligencia y de la inconformidad; contribuye a reinventarnos como seres humanos, a no olvidarnos de nuestra capacidad de indignación y a elevar la calidad de nuestra conversación pública (tan pobre hoy) como ciudadanos.


Seré sincero y modesto. No fueron los libros de Homero, Platón, Ovidio, Dante, Shakespeare, Borges… los que impactaron, en principio, mi vida, al menos en la intención de escribir, sino dos libros de Gabriel Zaid: De los libros al poder y Los demasiados libros. Cayeron en mis manos y los devoré en dos tardes, entre sorbos de café. La inteligencia, la claridad y sencillez de sus expresiones, así como la sobriedad inglesa de su estilo, me atraparon definitivamente. La lectura como una metáfora de la conversación, me persuadió como tema. Se me ocurrió que también yo –diletante, inseguro, tímido, reflexivo, voluble y aficionado a las digresiones— escribiría ensayos. En el camino me encontré con los maestros del género: Montaigne, Emerson, Hazlitt, Ortega y Gasset, Julio Torri, Alfonso Reyes, Jorge Cuesta, Octavio Paz, Daniel Cosío Villegas, Alejandro Rossi, por mencionar a unos cuantos.


El hallazgo y la lectura de los Ensayos de Montaigne, en la versión de Ezequiel Martínez Estrada, luego en su lengua original, reafirmaron mis inclinaciones por este género literario y, por qué no decirlo, modificaron y alegraron también un momento de mi vida. Lo siguen haciendo.


No hay mejor manera de festejar al libro que leer. En estos días leo el libro 8.8. El miedo en el espejo, del escritor mexicano Juan Villoro, que relata (con ayuda de muchas voces), registra, toma el pulso y compara terremotos tan desastrosos como los ocurridos en la Ciudad de México en 1985 y en Santiago de Chile en 2010. Va quedando claro en la lectura de esta crónica que las réplicas que más huellas dejan son las psicológicas. De este autor reviso igualmente su último libro de ensayos De eso se trata, excepcional a mi juicio, un estilo muy particular. Terminé de leer Algo va mal de Tony Judt, quien falleció el año pasado, un pensador que reflexiona y escribe con mucho valor y nitidez sobre los asuntos de la democracia; que reivindica lo público como un valor a defender frente a las intromisiones del dinero en nuestra vida política. En este libro hay un texto que deberíamos releer todos los que estamos interesados en la crítica: En defensa de la disconformidad, un elogio del desacuerdo –la savia de las sociedades abiertas. Disfruto también de la obra Retrato de mi cuerpo, de Phillip Lopate, en el que se reúnen soberbios ejemplos de lo que es el “ensayo personal”, una escritura divertida, mordaz y narcisista. Empiezo a hojear el Diario de un seductor de Sören Kierkegaard. Y ya por el puro placer de la lectura, releo la Odisea de Homero, la Retórica de Aristóteles y Lecciones de los maestros de George Steiner. ¿Y ustedes, qué están leyendo?

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Diccionario del habla de los argentinos

Entre los TRES ARROYOS: El Parque Cabañas

"Salvo el crepúsculo" (Julio Cortázar)