El “problema” de la no-lectura




La revista Este país publica un extenso ensayo de Juan Domingo Argüelles en el que extiende diversas reflexiones que coinciden en criticar la perspectiva literaria, estética y abstracta que muchos escritores e intelectuales tienen sobre el problema de la no-lectura y en explicar las circunstancias y los entornos que inhiben o favorecen la lectura. Según Domingo Argüelles, la mayoría de los escritores que abordan el problema de la poca o nula lectura en México lo hacen desde “su inflamado lirismo y su acentuada ingenuidad”, sin tomar en cuenta las condiciones sociales, culturales, económicas y educativas en que viven los no lectores. Creen que es un asunto de la voluntad personal (la gente simplemente no quiere leer) y no del medio ambiente en el que transcurre su vida cotidiana (donde hay cosas más importantes y necesarias que los libros). El llamado “problema de la lectura”, sostiene el autor, es ante todo un problema educativo. La escuela es, así parece, una de las principales instituciones encargadas de transmitir el aburrimiento por la lectura y los libros. La obligación de leer suele matar las ganas de leer.

Les comparto un fragmento del texto ¿Por qué es un problema la lectura?:

La voluntad de leer

Cada vez son más frecuentes en México las reflexiones y debates sobre el poco o nulo “hábito de la lectura”. Poco o nulo hábito, se entiende, de un particular tipo de lectura: el canónico, es decir el de los libros de calidad, el de los clásicos antiguos y modernos o, con palabras de Harold Bloom, el del “canon occidental”.

Yo mismo he abonado no pocas páginas ni escasas palabras a este tema, que se ha vuelto de pronto “muy importante” lo mismo para el discurso oficial que para el interés privado. Pero lo que más me inquieta es que, en este asunto que parece tan importante, casi todos los análisis vayan exclusivamente por el sendero literario y estético hasta desembocar en un punto predecible que ya se ha vuelto lugar común: la vergüenza nacional que representa la muy precaria práctica de lectura y “la falta de disposición” de los mexicanos para leer buenos libros. (También España se avergüenza de que sólo 3% de sus alumnos alcance el nivel más alto de resultados de la prueba OCDE-PISA, en destreza lectora, y del hecho de que su índice de lectura esté “a la cola de Europa”. ¿No lo sabían?)

Lo preocupante de los análisis literarios sobre la lectura es su inflamado lirismo y su acentuada ingenuidad, y el que hagan muy poca o ninguna inflexión sobre lo social y lo pedagógico, es decir sobre la realidad circundante de los lectores y los no lectores.

En los discursos de los escritores siempre queda flotando en el ambiente la especie de que la gente no lee buenos libros porque carece de la decisión para hacerlo y, en cambio, utiliza con alegre y necia disposición mucho de su tiempo en actividades deleznables cuando no nocivas para su salud intelectual.

La mayor parte de los escritores, intelectuales y gente culta piensa así. Son muchos los que observan el fenómeno de la lectura como una muy positiva abstracción a la que la realidad prácticamente no afecta; y lo hacen desde una posición poco realista. En la cima del intelectualismo, la perspectiva de lo cotidiano se empequeñece o se difumina, hasta imposibilitar una mirada peatonal. De ahí que todo se reduzca al siguiente postulado: Leer buenos libros es bueno; no leer libros buenos, o simplemente no leer libros, es malo.

Tal razonamiento resulta, desde luego, inobjetable. Pero de lo que no se habla es del fondo del asunto, del por qué se lee y del por qué no se lee. Atribuir los motivos exclusivamente a la voluntad, o a la falta de ella, es una explicación demasiado simplista y bastante errónea.

Cuando no nos preguntamos el porqué de las cosas ni tratamos de entender qué hay más allá de nuestras certidumbres cultas, la “buena lectura” volitiva se convierte en lo que Bertrand Russell denominó un “mito agradable”. Así, la gente culta concluye que leer libros es cosa estupenda pero no se explica (es decir, le parece ¡asombroso!, ¡increíble!, ¡inconcebible!) que haya gente que no quiera leer o a la que no le seduzca el elevado ejercicio espiritual de leer libros.

¿Qué es lo único que necesita la gente para leer buenos libros?, es la pregunta implícita y explícita desde ese “mito agradable”. Y la respuesta inmediata es: Iniciativa, determinación y ansias de conocimiento.

Pero ello no es así como así. En el fondo hay una realidad que no aparece en esta bienintencionada y candorosa respuesta que soslaya o no comprende lo más importante: la situación, el entorno, el ambiente, la realidad

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