Estado actual ¡ausente!

El ejercicio es simple, no presenta ninguna complejidad. Solo le pedimos un requisito:
 abra muy bien los ojos. La escenografía la elige usted: puede ser la parada de colectivo,
 el bar de la universidad o el restaurante al que suele ir. Escenario: reunión de amigos,
 conocidos, lo mismo da. Silencio absoluto. ¿Alguien deslizó algún comentario incómodo? No.
 Es que cada uno de los integrantes del meeting están con la cabeza gacha, chequeando
 incesantemente su dispositivo electrónico: que el mensaje de texto, que el WhatsApp,
que el Twitter, que el Facebook, que la foto que se sube para que lo seguidores hagan clic
 en “Me gusta”, que la aplicación que acabamos de descargar. En síntesis, cada uno en la suya. 




Por supuesto, hay otras frases de ocasión: “Los encuentros ya no son lo que eran” o
“¿A dónde fue a parar la sociabilización?”. Lo paradójico de este siglo XXI y sus
novedades a cuestas es que lo que parece una broma se puede terminar
transformando en un problema. No gravísimo, claro, pero inconveniente al fin. Esta
 situación que planteamos y que, seguramente, le es tan familiar tiene un nombre:
phubbing, que proviene de la unión de dos vocablos en inglés
(phone = “teléfono” y snubbing = “desaire”, “desprecio”, “rechazo”). “Se trata del
 acto de ignorar al otro en un contexto social mientras se presta atención al
teléfono. Es una práctica muy descortés: preferimos contestar los mensajes y los
avisos del celular o la tableta en vez de dialogar con quien nos acompaña. La
 masividad en cuanto al uso de los smartphones empezó en 2007 y, hasta nuestros
días, su marcha prosigue sin prisa ni pausa. 

¡No podemos estar sin conectarnos!”, dice la licenciada Lila Isacovich, directora de
 la Fundación Buenos Aires. La preocupación por el tema es mundial, a tal punto
que un australiano de 23 años, Alex Haigh, creó un sitio web para combatir esto, al
que bautizó “Stop phubbing”. Allí explica que su propósito no es encabezar una cruzada
contra la tecnología, sino generar conciencia para moderar las formas de comportamiento
 cibernético cuando tenemos a otra persona enfrente. “Debemos discutir esto antes
 de que empeore. Diversas investigaciones arribaron a que el 90% de los adolescentes
 prefieren el contacto vía texto que cara a cara, y a que en los restaurantes, por ejemplo,
 se constatan alrededor de cuarenta casos de phubbing cada noche. 

Hay que darse cuenta de que es mucho mejor mantener una conversación en el mundo
 real que disfrutar de la fría compañía de un objeto inanimado”, declaró Haigh. La
fascinación por estar on-line todo el tiempo se produce por el hecho de que este
 tipo de experiencias son sumamente accesibles, cada vez más atractivas y, como
 si fuera poco, proponen actualizaciones de manera incesante. Pero tiene su costado
 psíquico también. “Al tratarse de una conducta casi obsesiva, el sujeto no puede
dejar de verificar los mensajes: siente una atracción por el celular que supera
 hasta su propia voluntad”, diagnostica el psicólogo Santiago Gómez, director de
 “Decidir Vivir Mejor” y del Centro de Psicología Cognitiva. 

En la misma línea, Isacovich agrega: “Tenemos la ilusión de estar conectados con
todos aquí y ahora, en tiempo real. Lo insólito es que eso cumple la fantasía de entrar
 en el universo del otro y ser parte de él, de traspasar el límite de la intimidad y
 de la privacidad, algo tan difundido en este presente. Tenemos la imperiosa
 necesidad de no perdernos absolutamente de nada, de controlar –una y otra vez–
cuánto nos reconocen, cuánto nos aprecian, cuán relevantes somos para los demás,
cuánto nos consideran, si nos incluyen, si nos descartan…”.

Vida on-line vs off-line
La comunicación es más directa y se amplió el repertorio de intercambio social. Nos
 volvemos a ver hasta con aquellos que habíamos dejado de frecuentar por años.
No obstante, manías como el phubbing vuelven a poner la polémica en boga: ¿los
 adelantos tecnológicos llegaron para enriquecernos o para complicarnos? “La tecnología
 no es ni buena ni mala: como todo, depende de cada uno. Cuando uno se aboca a ella
 de forma desmedida y reemplaza con eso los vínculos interpersonales, pasa a ser una
piedra que sortear”, explica Gómez. Isacovich coincide y profundiza sobre esto: “La
 tecnología tiene la facultad tanto de contribuir a la comunicación como de bloquearla.
 Hay barreras e inhibiciones que son más sencillas de vencer en el mundo virtual. 
Charlar personalmente exige un gesto mucho más ‘jugado’ que entablar un chat por
Facebook. Pero, aunque parezca irónico, si nos quedamos con este nivel de comunicación,
se torna limitante, ya que, en rigor, el obstáculo para aproximarse al otro sigue latente
 y no se echa mano a la conectividad para solucionar ello. Todo lo contrario”. Si bien los
 especialistas concuerdan en que una no tiene que ser excluyente respecto de la otra,
la vida on-line pareciera haber puesto en jaque a la off-line. “Es evidente que las generaciones
 modernas hacen abuso de este soporte virtual, mucho más que los mayores, que
 conservan sus espacios y lugares públicos –subraya Isacovich–. Estos aparatitos
 sacan a relucir temores ancestrales, ahora renovados por la posibilidad de portar conexión
 permanente. Es decir que al tener la opción, antes inexistente, de estar todo el tiempo en
 contacto con los otros, la necesidad se instala las veinticuatro horas. 
Eso trae aparejadas fobias de portabilidad del dispositivo: pavor a ser olvidado, a
 desencontrarse con los otros, y a todo lo que implica estar aislado, incluso la presunción de
riesgo de muerte”. Es que en consonancia con el phubbing, aparecen otros fenómenos, como
 el de la nomofobia (abreviatura de la expresión inglesa no-mobile-phone phobia), que es el
 miedo irracional que invade a un individuo cuando sale a la calle sin su teléfono. Para la
OM Latam Academy, más del 70% de los hombres y mujeres de Latinoamérica no tolera
irse de su hogar sin él. Según un estudio realizado por la Oficina de Correos del Reino Unido,
más del 50% de los encuestados aceptó que sintió ansiedad excesiva, compulsión, estrés y
 malestar físico cuando notó que no llevaba consigo su celular, cuando no tenía cobertura
 de red, y cuando se le había agotado la batería o el crédito. 

Creer o reventar 
“Uno podría afirmar que los avances de las nuevas tecnologías, por sí mismos, no tendrían
que representar una amenaza para la población. Tal vez, lo que esté sucediendo, hoy por hoy,
es una reactivación de los mismos ‘viejos debates’ que se suscitaron hace cincuenta años
 con el advenimiento de los medios masivos de comunicación”, sostiene, como trazando
 una comparación, el licenciado Guillermo Ribon, profesor de Psicología en la Universidad
 Argentina de la Empresa (UADE). Por su lado, Isacovich es contundente: “Deberíamos
 preguntarnos de qué nos preserva el teléfono, qué garantías nos da, qué nos falta si
 no lo tenemos encima. ¿Extraviamos las coordenadas? ¿Tenemos pánico de no poder
 recurrir a nadie, de no enterarnos de algo que acaba de ocurrir? 
¿O será que nos cuesta sostener la presencia cuando estamos con otros, y nos escondemos
 en el celular? No sabemos qué decir o qué hacer en tal o cual reunión, nos aburre,
queremos irnos… Estos son todos interrogantes que nos orientan hacia nuestro mundo
 de referencias”. Y concluye: “Si conseguimos respondernos algunos al menos, tal vez
 podamos minimizar la importancia de estar pendiente del móvil, y pasemos de la
 inmediatez a un tiempo más mediato, donde logremos estar en paz con nosotros mismos,
concentrados en lo que estamos haciendo, y con una perspectiva de mayor alcance
 en cuanto a nuestra proyección. Quizá descubramos la chance de reflexionar, de tomarnos
los minutos necesarios para la elaboración de nuestras ideas y, así, sorprendernos de lo
 distendido y armonioso que puede convertirse ese rato que nos brindamos a nosotros
 mismos o con quien compartimos ese momento”. A apretar el off y a probar.


Cómo evitar ser víctima y/o victimario del phubbing* 



•Aceptar que la vida social es tanto on-line como off-line.



•Regular de manera consciente el tiempo que uno dedica al uso de los dispositivos
 para que nuestras interacciones sean más satisfactorias.



•Cuando estemos con otros, hacer acuerdos respecto de los momentos en los que 
vamos a actualizar nuestro estado en las redes sociales, enviar mensajes o chequear 
nuestra casilla de correo.



•Frente a la ruptura de esos acuerdos, y a modo de amortiguar el impacto de su
 incumplimiento, aprovechar la interrupción para volver a pactar las condiciones. 
Podría ser: “¿Querés que nos tomemos unos minutos para revisar nuestros teléfonos
 y después seguimos con lo nuestro?”.



*Por el licenciado Guillermo Ribon, profesor de Psicología en la Universidad Argentina de la 

Empresa (UADE). 

Consejos
•Medir la cantidad de veces que chequeamos el celular cuando estamos acompañados.
•No tener vergüenza de pedirle a nuestro interlocutor si es tan amable de desactivar su teléfono
 mientras mantiene una charla con uno.
•Identificar las situaciones en las que es atinado desconectarse de Internet para no recibir,
 constantemente, actualizaciones, mensajes de las distintas redes sociales, etcétera.
•En lo posible, mantener el teléfono en vibrador o con el sonido bajo.

Tendencia contra tendencia 
Así como se impuso el phubbing, también hacen lo propio las estra-tegias para combatirlo.
 En bares y restaurantes, por ejemplo, ya ofrecen la posibilidad de dejar los celulares
en un apartado para retirarlos al finalizar el meeting. Son lugares Digital Free. El licenciado
 Guillermo Ribon propone ideas: “En una reunión de trabajo, uno podría invitar a los
 participantes de la siguiente manera: ‘¿Les parece bien que nos tomemos unos minutos
 antes de comenzar para chequear nuestros móviles y a la hora hagamos un break
para volver a hacerlo, así aprovechamos el tiempo sin interrupciones? En una cena con
 amigos, no hace falta ser tan formales: ‘Preparé un lugar para que todos dejemos
nuestros teléfonos, así nos relajamos y conversamos sin distracciones’”.En un artículo de
 The New York Times se narra la anécdota de Michael Carl, de la revista Vanity Fair,
 quien, cuando sale a comer con sus amigos, arma una montaña de celulares en el centro
 de la mesa: el primero que lo pispea antes de terminar el cónclave, paga la cuenta.
¿Por qué no ponerlo en práctica?


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